martes, 5 de febrero de 2008
Especial para Agencia de Comunicaciones del Sur
ACSUR COLOMBIA
CRÓNICA
COLOMBIA… ¿SOMOS TODOS?
El pasado 4 de febrero, el despertar aparentaba ser distinto…
Las ciudades del mundo se preparaban para vestir de mil colores sus ajetreadas avenidas para respaldar la causa colombiana.
En nuestro país, cientos de personas que otrora transitaban desprevenidas, apremiadas por el cotidiano ajetreo de la urbe, lucían, altivamente el tricolor nacional, estampado en albo fondo como elemento suficiente para demostrar su repudio ante la violencia… la bandera colombiana, esa bandera tan nuestra, tan de todos, ondeaba precipitada e ingenuamente por todos los rincones…
En el ambiente reinaba un sentimiento de indignación frente a la guerra; una guerra atroz vivida por los colombianos durante años, que al parecer, esta vez, todos creían comprender; una realidad reconocida con sabor a resignación, parecía mostrarse tan clara!... esa misma realidad que nunca ha sido explicada ni entendida con auténtica atención en sus verdaderas dimensiones, total, esta vez, como otras tantas veces en nuestro agobiado país, eso no era significativo para las secuelas que procuraban implantar aquellos enemigos furtivos que, estratégicamente, se valieron de la desilusión y la incertidumbre colectiva para manosear insolentemente nuestra memoria, intentando anular de ella las auténticas causas del conflicto.
Todos en el país parecían hablar un mismo lenguaje; un lenguaje atestado de reproches y exclamaciones espontáneas e inseguras de su verdadera naturaleza, que se confundían en sentimientos dolientes, temores e inconformidades con los que la gente parecía sentirse escuchada; un lenguaje soterradamente instaurado que disimulaba ante los ojos del mundo, los egoístas propósitos de los sectores interesados en condensar los odios en el país, en alimentar el continuismo y normalizar el incremento desmesurado de una violencia sin tregua validada como estrategia de lucha para el logro de la “seguridad democrática”.
Las paredes de las múltiples edificaciones, observaban perplejas el paso maquinal de la caminata… una jornada sin abusos, sin condenas ni atropellos revolvía el diario transcurrir; una marcha con singulares previsiones que aunque para muchos representaba una opción eficaz para demostrar su solidaridad, transitaba convenientemente respaldada por crueles verdugos, los mismos que, revestidos por un aparente halo benefactor, han favorecido y justificado durante todos estos años de violencia en el país, las mayores inequidades e injusticias cometidas impunemente contra nuestro pueblo.
Estos personajes, ilusoriamente bondadosos, se mostraban ayer, 4 de febrero, ostentosos, fiscalizándolo todo, no perdiendo de vista el avance de la manifestación, observando con deleite el numeroso espectáculo de la manipulación.
Los medios de comunicación masivos resguardaban la causa y promovían la consigna, generando en el ambiente una falsa impresión de identidad y hermandad, que se entremezclaba desgarradoramente con el mutismo culpable ante la verdadera barbarie oculta tras el escenario dispuesto para la ocasión.
El acto era impecable. La gente se agolpaba hacia las calles con pañuelos, pitos y consignas, persuadida de estar siendo consecuentes con la situación presentada en el entorno, allá, en la calle; mientras tanto, los otros, artífices del engaño, cuantificaban ganancias y sonreían ante un evidente éxito de taquilla, con repulsiva saciedad.
El 4 de febrero, un día trascendental de aparente unidad, de exigencia por la libertad y la justicia, se convertía entonces, de esta forma, en un episodio más en esta estrategia de guerra descarada empleada contra nosotros mismos que no pareciera tener fin… una maniobra asistida insistentemente para minar nuestras consciencias, nuestros ánimos y nuestro verdadero sentido de patria conducido hacia la derrota de ideales más humanos y acordes con las necesidades vividas y sentidas en el país.
Entre banderas blancas, recios discursos plagados de ambigüedades y peligrosas aseveraciones y emotivas intervenciones de aquellos abatidos por la violencia que marchaban sin saber exactamente hacia donde, se ahogaban las promesas de una salida política y negociada a nuestro conflicto, la posibilidad de un intercambio humanitario como paso certero hacia el verdadero reconocimiento de la magnitud de lo que sucede en Colombia; un gesto que devolviera ciertamente la esperanza a un pueblo cansado de padecer y reclamar sin ser escuchado…
Atrás, en el olvido, quedaban los devastadores efectos de la pobreza; en un rincón, donde aún muchos se rehúsan a dejar el recuerdo de sus víctimas y desaparecidos, quedaba el rastro inmisericorde de la violencia dejada al paso de los escuadrones paramilitares, sembradores de la muerte y con ello, miles de dolientes familiares siempre anónimos que nunca obtuvieron el protagonismo ni tan siquiera el permiso para llorar a sus muertos.
Atrás, sin gran reparo, se abandonaban los remordimientos ante los centenares de amigos, hermanos, padres, madres, hijos, vecinos y colegas, tan colombianos como los mismos marchantes, silenciados brutalmente por una guerra sin tregua desatada contra todos aquellos seres que alguna vez intentaron unir sus voces y sus esfuerzos en la búsqueda de un país mejor siendo avasallados por la represión, atrás, como un mal recuerdo, quedaban silenciados por la inadvertencia los miles de colombianos periodistas, maestros, líderes populares, estudiantes e intelectuales, condenados a vivir en el exilio por el hecho de intentar denunciar la barbarie afrontada en Colombia, disimulada ante ojos extranjeros con sutiles estrategias mediáticas y diplomáticas.
Parecía entorpecer en las consignas la memoria de los desaparecidos dirigentes de la Unión Patriótica, de Jaime Garzón y Guillermo Cano, parecía no tener eco la ausencia de los miles de líderes campesinos, indígenas, estudiantes y trabajadores asesinados por defender sus principios y su dignidad; parecía no existir reclamo alguno para los culpables del forzoso adios y la desvergonzada censura ejercida contra los periodistas Fernando Garavito, Daniel Coronell, Alfredo Molano, Holman Morris y Carlos Lozano entre otros tantos retratistas de la cruda realidad colombiana…
Atrás, quedaba la desilusión ante la evidencia del engaño, de la corrupción imperante entre aquellos que ostentan en sus manos los destinos de nuestra tierra; atrás quedaban en la marcha del 4 de febrero aquellas preguntas sin respuesta, todos los sueños malogrados por la codicia, el histórico clamor de quienes día tras día sobreviven entre la miseria y el miedo en ese mismo país en el que hoy parecían existir las suficientes garantías para la utopía, para la libre expresión, para la vida…
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